lunes, 18 de octubre de 2010

El verdadero valor del anillo


—Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
—Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo 


resolver primero mi propio problema. Quizás después... –y 

haciendo una pausa agregó— Si quisieras ayudarme tú a mí, yo 

podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te 

pueda ayudar.
—E... encantado, maestro –titubeó el joven pero sintió 


que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
—Bien –asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba


en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al 

muchacho, agregó –toma el caballo que está allí afuera y 

cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo 

que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la 
mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de 

oro. Vete antes y regresa con esa moneda lo más rápido que 

puedas.
El joven tomó el anillo y partió.
Apenas llegó, empezó a ofrecer al anillo a los mercaderes. 

Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo 

que pretendía por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos 

reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan 

amable como para tomarse la molestia de explicarle que una 

moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un 

anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de 

plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones 

de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba 


en el mercado –más de cien personas— y abatido por su 

fracaso, montó su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa 


moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro 

para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo 

y ayuda. 
Entró en la habitación.
—Maestro –dijo— lo siento, no es posible conseguir lo que 


me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de 

plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del 

verdadero valor del anillo.
—Qué importante lo que dijiste, joven amigo –contestó 


sonriente el maestro—. Debemos saber primero el verdadero 

valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor 

que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y 

pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, 

no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. 


El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con 


su lupa, lo pesó y luego le dijo:



—Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, 


no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo. 
¡¿58 monedas?! –exclamó el joven.
—Sí –replicó el joyero— Yo sé que con tiempo podríamos 


obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es 

urgente...
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle 


lo sucedido.
—Siéntate –dijo el maestro después de escucharlo—. Tú 


eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo 

puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la 

vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo 


pequeño de su mano izquierda.




Jorge Bucay

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